lunes, 7 de abril de 2008

DESDE LA BITACORA DE...albatros

El viaje de ida fue fantástico, fue sentarme, empezar a ver una película (Braveheard) y al rato ya estaba durmiendo. Cuando abrí los ojos eran sobre las 6 de la mañana, y solo abrirlos empezaron mis sorpresas ya que lo primero que vi fue una vista nocturna de Río de Janeiro, ese fue mi primer ¡Halaaa!, era espectacular con el sol ya en el horizonte y las luces de la ciudad.
La vuelta ya fue otra cosa.


Al salir al mediodía, el viaje se hizo más pesado y más duro debido a las turbulencias. Pero lo que más me fastidió fue que a la hora de realizar el checking en el aeropuerto, la operadora con una gran amabilidad me preguntó si quería ventana o pasillo, y obviamente elegí ventanilla. Ya en ese momento empecé a imaginar la de fotos cenitales que iba a realizar de Río de Janeiro. Y ya se os podéis imaginar a un servidor entrando en el avión con la tarjeta de embarque en una mano y la cámara de fotos en la otra. Y cual fue mi sorpresa que la “amable” operadora me había dado al final (sin previo aviso) un asiento de pasillo (obvio comentar lo sucedido y mis reacciones al enterarme de esa “macana”).

Cuando pisé tierras argentinas, en el aeropuerto de Ezeiza se suponía que tenían que estar esperándome, pero no fue así. Y ya os podéis hacer la idea de un extranjero deambulando por el aeropuerto en busca de mis anfitriones. Y en ese momento fue donde me di cuenta de que estaba en un lugar donde sus gentes eran gentes “macanudas” dispuestas a ayudar al turista, ya que al poco rato de estar dando vueltas con la mirada en el horizonte en busca de los anfitriones se me acercó un taxista que tras la lógica pregunta de si necesitaba un taxi y la negativa por mi parte y explicarle que me tenían que venir a buscar .Mi cara de preocupación era latente y automáticamente el atento señor me dejó una moneda para que pudiese realizar una llamada de teléfono para averiguar lo que pasaba. Fue un detalle aunque insignificante por el valor del dinero, si muy digno de mentar, que deja muy clara la hospitalidad de sus gentes.

Pasado el primer susto momentáneo y ya camino a la ciudad, antes de ir a casa mis anfitriones me llevaron al puerto de la ciudad. Y hay tuve mi segundo ¡Halaaa!. El motivo no fue otro que ver la inmensidad del río de la Plata. Ante la explicación de mis anfitriones de que estábamos delante del río de La Plata, mi contestación fue: “pero si esto no es un río, es un mar. ¡Si no se ve la otra orilla…..!”. Es inmenso. El delicioso “chori-pan” que me esta comiendo se me caía de las manos.
Durante los 15 días que estuve en Buenos Aires, a parte de estar colaborando en los preparativos de la boda, que era mi objetivo principal, lo combinaba como es lógico con visitas a la ciudad.

Los desplazamientos los hacia en transportes públicos, cosa que creo que tienen que mejorar, ya que los trenes son arcaicos (a excepción de el que te lleva al Tigre).Por cierto, está prohibido hacer fotos dentro de los andenes.

El metro no es muy grande pero es eficiente. Una cosa que me llamó la atención al usar estos transportes fue la cantidad de vendedores ambulantes que te puedes encontrar. Te venden de todo, desde estampitas de vírgenes al artículo más absurdo de esos de “todo a cien”.
Al igual que en Barcelona, en el metro de Buenos Aires, está plagado de músicos callejeros, llegando a ver a uno de ellos con una guitarra eléctrica dentro del mismo vagón.

Creo necesario recomendar a la hora de moverse por la ciudad, intentar coger el metro o los llamados “bifris” o taxis particulares ya que te realizan viajes de ida y vuelta (con una espera máxima de 15 minutos por el mismo precio que un taxi oficial, con solo la ida, y conducen mucho mejor.

En mi visita a Buenos Aires me quedó poco por visitar ya que mis guías eran de excepción. Me llevaron al Cabildo y sus catacumbas, la Plaza de Mayo, los barrios de la Recoleta con su cementerio y la iglesia del Pilar, Palermo y Belgrano con sus majestuosas casas, la Boca con su “Caminito”. Todos son muy bonitos, incluso puedo decir que por su estilo de construcción parecía que me encontrase en Barcelona, al igual que por su clima, ya que son muy semejantes.

Por las noches para ir a cenar solíamos ir al barrio de San Telmo, que es donde se encuentran los mejores restaurantes. Buena parte de ellos están regentados por emigrantes españoles, donde los detalles de España (gaitas, castañuelas o con fotos del Rey o el Príncipe en su visita al restaurante impregnan el lugar).

En una de esas noches pude disfrutar de un espectáculo de Tango mientras cenaba un buen solomillo. Porque si hay algo que no hice durante mi visita, fue comer pescado. Carne, solo carne. Y como plato estrella por su exquisitez: las mollejas.

Otro lugar digno de mención es El Tigre. Es un lugar que está preparado para el visitante, restaurantes, paseos en catamarán y muchos jardines. En el camino hacia El Tigre, se pasa por un parque de atracciones, y en frente un barco que es en realidad un casino.

Pero como no todo el campo es orégano he de decir que lo que no me gustó: la inseguridad. Por ejemplo: en el barrio de San Telmo, en la puerta de los mejores restaurantes tienes a un vigilante privado con escopeta y chaleco antibalas que te indica la posibilidad de atracos que existe.
Muchas cosas de mi paso por Buenos Aires quedan en el tintero. Muchas curiosidades y detalles inolvidables y sorprendentes, pero se quedan en el tintero, pero a fin de cuentas seguro que los que visiten esta ciudad, a su vuelta, si deciden escribir algo, seguro que les ocurrirá lo mismo. Es simplemente una cosa: magia.

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